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Homilía de Monseñor Alfredo José Espinoza Mateus, Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador, en el VIII Encuentro Nacional de Sacerdotes


      Guayaquil, 10 de julio de 2023

  • Con mucha alegría celebro con ustedes, queridos hermanos obispos y queridos hermanos sacerdotes de todo el país al comenzar este VIII Encuentro Nacional. Celebro aquí, en este Santuario, en esta casa de la Virgen tan significativa para mí. En confidencia les cuento que aquí, a los pies de la Auxiliadora, mi madre me consagró a ella cuando entré a este Colegio a los cinco años de edad; aquí hice mi Primera Comunión y mi Profesión Perpetua como Salesiano y aquí fui ordenado sacerdote en 1988. Pudiera decir que es toda una vida, todo un camino cristiano y vocacional bajo el manto de Ella, la Virgen de Don Bosco.
  • “Eucaristía, camino de fraternidad sacerdotal” es el lema de este Encuentro que nos congrega. Les confieso, no puedo dejar de decirlo, que me hubiera gustado mucho, que siendo este un Encuentro Nacional previo al Congreso Eucarístico Internacional 2024, el tema hubiera girado en torno al mismo, en torno a “Fraternidad para sanar el mundo”, el lema del Congreso.
  • Es que el Congreso Eucarístico Internacional, no es de Quito, es de la Iglesia del Ecuador, de todos nosotros. La Arquidiócesis de Quito es Sede, pero nosotros, como organizadores, tenemos una visión como Iglesia del Ecuador y queremos que todos nos sintamos parte y hagamos nuestro el Congreso, de manera especial ustedes, queridos hermanos sacerdotes, que “parten, reparten y comparten” el Pan Eucarístico y el Pan de la fraternidad con todos.
  • La primera lectura tiene como protagonista a Jacob. Me impacta el voto que él hace luego que despierta del sueño: “Si Dios está conmigo… el Señor será mi Dios”. Creo que cada uno de nosotros, en nuestra vida sacerdotal, en nuestra misión, en las alegrías como en las tristezas, hemos experimentado que Dios está con nosotros, camina con nosotros, es nuestra fuerza, es nuestro Dios.
  • Jacob queda “sobrecogido”, y nosotros, ¿Nos sobrecogemos ante Dios que actúa siempre en nuestras vidas? ¿Estamos abiertos a las sorpresas de Dios? ¿Nos dejamos sorprender por el amor y la misericordia que Dios tiene para con cada uno de nosotros sacerdotes?
  • Sin duda alguna, la historia de Jacob es la historia del acercamiento de Dios a los hombres. Su máxima cercanía será Jesús hecho hombre para salvarnos. Aquí me pregunto y les pregunto: ¿Qué Dios experimentamos nosotros? ¿Experimentamos un Dios cercano o un Dios lejano? Francisco nos dice que, “Dios no es distante, sino que es Padre. Conoce a sus hijos y los ama, también cuando vas por senderos empinados y difíciles, también cuando caes y te cuesta levantarte y retomar el camino. Es más, a menudo, en los momentos que eres más débil puedes sentir más fuerte su presencia. ¡Él conoce el camino! ¡Él está contigo, Él es tu Padre!”
  • Con esta confianza en un Dios cercano, podemos hacer nuestras las palabras del salmista: “Dios mío, confío en ti”. Sí mis queridos hermanos sacerdotes, no dejemos de confiar en Dios, no dejemos de poner en Él nuestra vida, nuestro ministerio, nuestras ilusiones y desesperanzas, nuestros tropiezos y caídas, sabiendo que su mano nos levantará y será la fortaleza para salir adelante, para renovar nuestro ser sacerdotal, para entregarnos con mayor entusiasmo y radicalidad a la misión de ser pastores del pueblo que Él mismo nos encomienda.
  • Quizás muchas veces nos falta a nosotros la fe del hombre que se acerca a pedir a Jesús que ponga su mano sobre su hija que ha muerto porque sabe que “vivirá”. Nos falta también la fe de la mujer que se acerca a tocar el borde del manto.
  • Creo, que, a todos, a mí en primer lugar, me gustaría escuchar del Señor: “Ánimo… Tu fe te ha curado”. ¿De qué nos debe curar Jesús a nosotros sacerdotes? Hoy me atrevo a decirlo: de la rutina, de haber perdido el fuego del primer amor, de haber transformado muchas veces nuestro ministerio en un ministerio estéril, cansado y casi sin sentido. Nos debe curar de una vida doble, sin compromiso, sin coherencia, sin autenticidad. Nos debe curar de un sacerdocio instalado, centrado en lo material, que busca lo económico, que ha perdido la capacidad de servir y de darse plenamente en amor y por amor.
  • Francisco dice que, “El sacerdote durante su vida pasa por distintos estados y momentos; personalmente he pasado por distintos estados y momentos y rumiando las mociones del espíritu constaté que, en algunas situaciones, inclusive en momentos de pruebas, dificultades y desolación, cuando vivía y compartía la vida de determinada manera, permanecía la paz”.
  • Que el Señor “reavive” y “cure” nuestra fraternidad sacerdotal. Es ese, el gran desafío nuestro, es esa la gran reflexión que debemos hacer en estos días. No nos quedemos en normas litúrgicas externas, que no llegan a la vida, que no sanan la vida fraterna nuestra como clero.
  • Escuchemos la voz de Francisco cuando nos habla, de “…la belleza de la fraternidad: del ser sacerdotes juntos, de seguir al Señor no solos, no uno a uno, pero juntos, a pesar de la gran variedad de los dones y de las personalidades; de hecho, justamente esto enriquece el presbiterio, esta variedad de orígenes, de edades, de talentos… Es todo vivido en la comunión, en la fraternidad”.
  • Sabemos todos que este camino de fraternidad no es fácil, es que somos hijos de esta cultura de hoy, subjetiva, individualista, que exalta el “yo” hasta idolatrarlo y que nos lleva a un individualismo pastoral, que por desgracia está muy extendido en toda nuestra Iglesia.
  • Hago mía las palabras de Francisco cuando nos habla de que “tenemos que reaccionar con la elección de la fraternidad. Intencionalmente hablo de “elección”. No puede ser sólo una cosa dejada por casualidad, a las circunstancias favorables. No, es una elección que se corresponde a la realidad que nos constituye, al don que hemos recibido, pero que siempre es bien recibido y cultivado: la comunión en Cristo en torno al Obispo”.
  • Tú, tú, yo, todos, elijamos la fraternidad como camino de vida, construyamos la fraternidad, seamos esos “artesanos” de fraternidad en cada una de nuestras iglesias particulares, pero, una fraternidad en perspectiva apostólica, una fraternidad basada en la sencillez de vida, una fraternidad en salida, misericordiosa, cercana. Acerquémonos a Jesús, pidámosle que venga y resucite nuestro ser de hermanos, de vivir como hermanos. Que, desde la Eucaristía, Pan de Vida, seamos vida para los demás, en primer lugar, vida para nuestro hermano sacerdote que está a nuestro lado. ASÍ SEA.

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